En el artículo publicado hoy con el título El dinero que da asco les comento que somos influidos por dos tipos de órdenes:
a) La naturaleza nos impone los instintos (de
conservación, de reproducción y de apoderamiento) y
b) La cultura nos impone las normas de cada
pueblo (vida en familia, monogamia, patriarcado, etc.).
Algunas normas culturales se oponen al
instinto (la prohibición del incesto, la monogamia, el respeto a la propiedad
privada).
Pocas veces sentimos comentarios (en el cine,
los libros, la televisión) sobre estos graves conflictos sin resolver. Más aún:
creemos que si existen, no son tan problemáticos.
La prohibición del incesto —por ejemplo—, es
muy perturbadora de todo el área afectiva.
En algún momento de nuestras vidas (de cero a
cuatro o cinco años), nos enteramos del placer corporal gracias a los cuidados
maternos, aprendemos a amar a «esa fuente de placer», pero luego tenemos que olvidarnos de ella como
objeto sexual.
Si para un
adulto es terrible distanciarse de su ex-amante, imagínense lo que esto
significa para un niño, que además de muy frágil y no tiene experiencia en fracasos amorosos.
Peor aún: Los adultos, cuando perdemos un ser
amado, seguramente se lo comentamos a todo el mundo, pedimos ayuda psicológica,
rezamos para que vuelva y de a poco vamos elaborando el duelo.
Ese fenómeno (que el psicoanálisis estudia
bajo el nombre genérico de complejo de Edipo), es probablemente el conflicto
entre nuestros instintos y nuestra cultura que más dificultades psicológicas
nos provoca.
Y subrayo: lo más doloroso no es tener que
abandonar nuestro deseo de formar una pareja con nuestra madre, lo más doloroso
es no poder conversarlo, discutirlo, verbalizarlo, comentarlo, desahogarnos con
alguien.
Atemorizados por la represión cultural,
nuestra psiquis se olvida de que
tiene ese conflicto activo y sin resolver.
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