domingo, 22 de julio de 2012

Sufrir para gozar (sin masoquismo)


Dígame sinceramente qué no le gusta hacer.

Bien, entiendo, no le gusta la neurocirugía, lo marea el olor a desinfectante de los quirófanos, a las enfermeras sólo las querría para pasear un fin de semana con ellas y los parientes de los enfermos le parecen personas insufriblemente desconformes.

Ahora, le pregunto: ¿Está seguro de que su trabajo no tiene algo de neurocirujano? Por ejemplo, ¿no tiene que vender carne en un supermercado? ¿No está encargado de los recursos humanos de una empresa? ¿Recuerda ahora que su jefa usa tanto perfume que lo marea?

Es muy probable que si usted se cansa trabajando, es porque lo que hace, no le gusta.

En nuestra inconsciente puede estar la idea de que sólo podemos ganar dinero sacrificándonos.

Me animo a decir (y varios de ustedes estarán de acuerdo conmigo), que esta idea no es tan inconsciente sino que a nivel consciente, muchas personas parecen jactarse del esfuerzo que tienen que hacer para ganar el dinero suficiente.

Pues bien, en nuestra psiquis, la represión convierte deseos prohibidos en contenidos del inconsciente, desde donde comienzan a actuar clandestinamente, sin que lo sepamos.

Los deseos inconscientes están ahí porque la cultura los reprimió, pero eso no significa en absoluto que nuestra hedonista condición humana los deseche en forma definitiva.

Nuestra vocación incestuosa es de las primeras ocupantes del inconsciente. Ahí se quedan frustradas y buscando la oportunidad para satisfacerse.

Cada dinero ganado equivale a una transgresión de la prohibición del incesto. Lo que con ese dinero podemos comprar, equivale (en el inconsciente) a un acto incestuoso.

Por esto es que para ganar dinero necesitamos sufrir: porque ese dinero dará satisfacción a necesidades y deseos (comer, pasear), que nuestro inconsciente querrá interpretar como satisfacción indebida de esos deseos, que terminaron ahí porque la cultura los reprimió.

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