Dígame sinceramente qué no le gusta hacer.
Bien, entiendo, no le gusta la neurocirugía,
lo marea el olor a desinfectante de los quirófanos, a las enfermeras sólo las
querría para pasear un fin de semana con ellas y los parientes de los enfermos
le parecen personas insufriblemente desconformes.
Ahora, le pregunto: ¿Está seguro de que su
trabajo no tiene algo de neurocirujano? Por ejemplo, ¿no tiene que vender carne
en un supermercado? ¿No está encargado de los recursos humanos de una empresa?
¿Recuerda ahora que su jefa usa tanto perfume que lo marea?
Es muy probable que si usted se cansa
trabajando, es porque lo que hace, no le gusta.
En nuestra inconsciente puede estar la idea de
que sólo podemos ganar dinero sacrificándonos.
Me animo a decir (y varios de ustedes estarán
de acuerdo conmigo), que esta idea no es tan inconsciente sino que a nivel
consciente, muchas personas parecen jactarse del esfuerzo que tienen que hacer
para ganar el dinero suficiente.
Pues bien, en nuestra psiquis, la represión
convierte deseos prohibidos en contenidos del inconsciente, desde donde
comienzan a actuar clandestinamente, sin que lo sepamos.
Los deseos inconscientes están ahí porque la
cultura los reprimió, pero eso no significa en absoluto que nuestra hedonista
condición humana los deseche en forma definitiva.
Nuestra vocación incestuosa es de las primeras
ocupantes del inconsciente. Ahí se quedan frustradas y buscando la oportunidad
para satisfacerse.
Cada dinero ganado equivale a una transgresión
de la prohibición del incesto. Lo que con ese dinero podemos comprar, equivale
(en el inconsciente) a un acto incestuoso.
Por esto es que para ganar dinero necesitamos sufrir: porque ese dinero
dará satisfacción a necesidades y deseos (comer, pasear), que nuestro
inconsciente querrá interpretar como satisfacción indebida de esos deseos, que
terminaron ahí porque la cultura los reprimió.
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