Los límites que imponen las prohibiciones
son necesarios para la generación de energía y ésta es imprescindible para que
el fenómeno vida continúe.
Si cortamos
el curso de un río con una pared (represa) [imagen], el agua acumulada sube su
nivel inundando una vasta superficie de terreno (embalse). En la base de esa
pared la presión es máxima.
Los
orificios allí ubicados permiten que escape el agua con la fuerza suficiente
como para mover las máquinas generadoras de energía eléctrica.
Por lo
tanto, el límite (represa) prohíbe el libre paso del agua generando una gran
presión que se convierte en energía.
Los
vehículos reciben energía en sus ruedas porque dentro del motor explota un
combustible inflamable dentro de un lugar cerrado. Si esa explosión se
produjera en un lugar abierto (sin límites), no habría energía y el vehículo no
podría desplazarse.
No hace
falta estudiar leyes para saber que «los derechos de cada uno terminan donde
empiezan los derechos de los demás».
Estamos
rodeados de límites y prohibiciones. La propia piel es un límite que prohíbe la
entrada a los microbios que desearían parasitarnos y también prohíbe que nuestros órganos escapen (lo
cual implicaría perder la vida).
No se sabe
por qué en nuestra especie está prohibido el incesto. Circulan algunas teorías
pero realmente no se conoce el motivo verdadero.
Una de esas
teorías tiene que ver con lo que mencioné más arriba.
Si los
humanos tuviéramos relaciones sexuales con nuestra madre, padre, hermanos y tíos,
todo sería demasiado fácil.
La
generación de la energía necesaria para conservar la vida depende de las
prohibiciones que padecemos.
Vivir
requiere luchar, trabajar, vencer resistencias, soportar prohibiciones, avanzar
a pesar de los límites, casarnos con alguien de otra familia.
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