sábado, 4 de octubre de 2014

Significante Nº 1.944d




Enseñar sobre sexualidad a los niños parece fácil para quien olvida que las preguntas sobre el incesto no tienen aun respuestas satisfactorias.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Plagio



 
Este es un relato, erótico y angelical, sobre un tema gravísimo (la prohibición del incesto) y un tema poco importante (el plagio).

Mariana nunca estuvo segura de si su hermanastro quiso o no quiso hacer algo indebido con ella. Cuando ella tenía seis años, adoraba las siestas en las que él la invitaba a compartir la cama, para acariciarle el cabello mientras la miraba. Tejía infinitas historias inspiradas en la inexplicable sonrisa de ella.
Al muchacho no le importaban las historias referidas al posible incesto, solo quería estar seguro de que un placer carnal no estropeara las mágicas fantasías que le llegaban desde el cabello ligeramente ondulado de la niña.
Ella lo miraba en la penumbra, sin hablar, apenas sonriendo. En ese éxtasis pasaban dos o tres horas hasta que los ruidos de la casa los sacaban del ensimismamiento y Mariana se iba para su dormitorio antes de que la madre entrara a despertarla.
Él no tenía erecciones pero cuando la hermanastra se iba, quedaba poseído de febriles imaginaciones que volcaba en interminables páginas. Personajes fantásticos podían todo lo que ningún humano podría.
El placer de Mariana era un poco más carnal. Cuando tenía diez años solo pensaba en ser su esposa y tener muchos hijos que se parecieran al hermanastro.
Después de la menarca y de la aparición de senos incipientes, ella comenzó a acariciar la mano que le acariciaba el cabello. En pocas siestas más, decidió quitarse la ropa; la piel de uno y de otro se fusionaron. Entonces la erección fue inevitable.
Tenían 14 y 19 años. Desnudos se acariciaron con manos hambrientas y obscenas. Se abrazaron; él la apretó contra sí. Ella comenzó a besarle los labios, el cuello, los pectorales, el vientre, los testículos, el pene. El semen le provocó una tibia caricia en el esófago. Él no paraba de acariciar el cabello de la muchacha imaginando mundos irreales, de bordes borrosos, aromáticos.
La febril escritura cambió de tema. Ahora describía violentos combates de ángeles contra demonios. Nadie leía aquellas historias. Ni siquiera el mismo autor.
A los 15 años ella quedó embarazada. Estaba feliz pero sabía que no contaban con recursos económicos para vivir juntos.
La mamá de Mariana, muy vinculada al mundo de la literatura, habló con un colega y, en poco tiempo, aquellos relatos fueron publicados con la firma de alguien muy famoso que todos conocemos; usted ni se lo imagina. Por temor a las represalias no me animo a denunciarlo.
(Este es el Artículo Nº 2.235)

martes, 10 de junio de 2014

Significante Nº 1.825a



Algunos amigos, muy amigos, procuran tener sexo para imaginar que transgreden la prohibición del incesto como si fueran hermanos.

miércoles, 7 de mayo de 2014

El corazón de la personalidad



 
Cursamos tres tipos de experiencias infantiles que justifican en gran medida que en la adultez caigamos en pérdidas de la autoestima, que desconfiemos del amor que sentimos y del amor que nos dicen que inspiramos, que tengamos una visión depresiva de lo que es vivir y de lo que es procurar darle vida a nuevos ejemplares de la especie.

Muchas personas creemos que la infancia es una etapa de nuestra vida en la que se diseñan y determinan muchas particularidades de lo que será nuestra personalidad.

De hecho, el psicoanálisis hace hincapié en las peripecias vividas en aquella época y cuando el paciente puede recordarlas y resignificarlas, (entenderlas con la mentalidad adulta), se producen cambios significativos en la psicología del individuo.

 Como siempre ocurre, lo importante pasa a ser lo que genera malestar y deja de ser interesante todo lo bueno que vivimos en aquella época.

Vale la pena recordar tres tipos de experiencias:

1) Nuestro tierno amor hacia nuestros padres, era sano, genuino, lo mejor de nosotros, pero cuando pretendimos casarnos con nuestra mamá o con nuestro papá, sentimos una reprobación dolorosa, injustificada, lacerante.

Casi nadie tuvo la suerte de que le explicaran por qué no era bueno fundar una familia con un familiar. La ignorancia de los padres sobre cuáles son los motivos de la prohibición del incesto los convirtió en necios, violentos, brutales y eso nos convenció de que nuestros sentimientos amorosos son peligrosos por naturaleza, porque sí, sin explicaciones. Para casi todos quedó la idea de que debemos desconfiar de nuestras mejores intenciones. Nuestra primera propuesta amorosa fue rechazada impiadosamente.

2) Toda nuestra sabiduría innata se encontró con que nuestros seres queridos no la validaron, nos mandaron a la escuela a reaprender lo que los adultos dominantes creían. Nuestra sabiduría fue desacreditada, despreciada, algunos hasta se burlaron de ella. En la escuela se nos dijo cuáles eran las creencias valiosas y, en los hechos, nos dijeron que nuestros conocimientos no sirven.

Con esta historia es lógico que algunos adultos tengan rechazo a estudiar, desconfianza de los maestros y de los profesores, fobia a los libros, terror a rendir examen. En este estado, los conocimientos son fuente de dolor, de vergüenza, de rechazo, de heridas a nuestro amor propio.

3) Los humanos somos egoístas, tenemos que serlo de tan pobres y vulnerables que somos. Al niño se lo educa, adiestra, disciplina para que no sea egoísta, para que preste sus juguetes aun a quienes él no ama.

Es probable que los adultos seamos tan mezquinos, aunque hipócritamente solidarios y caritativos, porque alguna vez fue violado nuestro instinto de conservación obligándonos a desprendernos de lo que más deseábamos conservar. Estas traumáticas experiencias nos hicieron hipócritas, mentirosos y avaros que disimulan su avaricia.

Estos tres tipos de experiencias infantiles justifican en gran medida que en la adultez caigamos en pérdidas de la autoestima, que desconfiemos del amor que sentimos y del amor que nos dicen que inspiramos, que tengamos una visión depresiva de lo que es vivir y de lo que es procurar darle vida a nuevos ejemplares de la especie.

 (Este es el Artículo Nº 2.207)

La normalidad de los deseos incestuosos



 
Gran parte de la angustia que nos acompaña a lo largo de toda la vida está provocada por no poder hablar de cómo vivimos los inevitables deseos incestuosos.

El tema del incesto, y su prohibición, es difícil de tratar precisamente porque así está planteado en nuestra cultura: se lo prohíbe pero sin dar explicaciones.

Algunos se han inventado una explicación seudo-científica asumiendo como fundamento que la descendencia gestada en esos términos es defectuosa o monstruosa. Esto no es cierto. Otros han recurrido a considerar que se trata de una imposición hecha por Dios.

Lo preocupante de esta situación casi universal refiere a que, por no poder comentar los deseos incestuosos, terminamos creyendo que solo están en cada uno de nosotros, como si fuéramos los únicos enfermos capaces de tener deseos tan desnaturalizados.

Pretendo compartir con usted que todos sentimos alguna vez deseos de formar una familia con un ser muy querido, que además era un familiar en primer o segundo grado (padres, abuelos o hermanos).

Si bien aceptamos de buen grado el sentimiento de amor, rechazamos ferozmente la sexualidad entre ciertos grados de parentesco.

Lo importante es saber que:

1) No existe acuerdo sobre cuál es la causa de esta norma cultural. Por lo tanto podemos asegurar que existe la prohibición pero no sabemos por qué;

2) Así como no están prohibidos los deseos de matar o de robar, tampoco están prohibidos los deseos de cometer incesto, lo que sí están prohibidos son los actos. Por lo tanto, todos podemos desear lo que queramos pero lo que no podemos es matar, robar o cometer incesto;

3) Es importante saber que todos tenemos estas intenciones y que solo una minoría cede a ellas y las actúa. De tal forma que son normales esos deseos y no tenemos por qué olvidarlos, desconocerlos, negarlos, pues las únicas que serán castigadas serán las acciones delictivas;

4) La prohibición del incesto es un caso especial porque no podemos comentarla. Por esta imposibilidad de socializar nuestros sentimientos, estos se convierten en verdaderas bombas de tiempo, que nos llenan de dudas, de baja autoestima, de inseguridad sobre todos nuestros gustos, deseos, intenciones, sentimientos. Este silencio arbitrariamente impuesto quizá sea la causa principal de la angustia que nos acompaña toda la vida.

 (Este es el Artículo Nº 2.206)