La pobreza recorta las libertades como una cárcel. Algunas personas empobrecen para impedir la posibilidad de que los deseos incestuosos tengan satisfacción.
Los institutos penitenciarios, las cárceles y
las empresas de reclusión, existen para evitar que alguien que cometió una
falta grave, un delito, un crimen, reincida.
Después de pasar por el calvario autogenerado
por la responsabilidad, la moral y la ética, son muy pocas las personas que
volverían a cometer un delito. El arrepentimiento nos provoca un autocastigo
ejemplarizante.
Por lo tanto, la privación de libertad no
sería necesaria para la mayoría de los infractores primarios (los que cometen
un delito por primera vez).
Sin embargo, como somos incapaces de saber en
qué medida la falta grave fue por error, como ignoramos el grado de
arrepentimiento del inculpado, como en estos casos es preferible desconfiar a
ser crédulos, mandamos a la cárcel a todos los que transgredieron las leyes
penales.
En otro artículo (1) les comentaba que la
mayoría resuelve la tentación a transgredir que nos imponen algunos deseos,
reprimiendo esas diabólicas ideas (olvidándolas, sepultándolas en el
inconsciente), pero que una cantidad importante de gente cree resolver al
problema de una manera costosa, cruenta y muy perjudicial para sus intereses.
Les comentaba que ciertas personas imaginan
que sus deseos prohibidos están radicados en la vesícula biliar, o en un tramo
del intestino, o en la dentadura, y por eso, sin saberlo «se hacen extirpar» el órgano «maldito»,
creyendo que de esta manera «extirpan» los deseos prohibidos.
Otras
personas pueden pensar que el padre se acuesta con la madre porque es quien
tiene dinero.
Cuando el
inconsciente de alguien se maneja con esta suposición, es probable que procure
tener mucho menos dinero que su padre para evitar de ese modo que los deseos
incestuosos puedan realizarse.
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario