La mayoría de los «opinadores» en temas psicológicos dicen que tenemos
dos instintos principales: el de auto-conservación y el de reproducción
(sexual). Una minoría agrega un tercer instinto que es el de poder (o
apoderamiento).
Este último —del
que se ha hablado menos—, se manifiesta por la fuerza que aplica el ser humano
para cancelar sus necesidades, tratando de apropiarse de los objetos y personas
que lo rodean.
Quienes agregan este
tercer instinto se fundamentan en la visible actitud de los niños de llevarse
cosas a la boca, de tomar entre sus manos, de mirar con avidez aquello que les
llama la atención y que suponemos que desearían poseer. En la adultez se
profundiza esta intención aunque se somete a las reglas de convivencia.
Claro que estos
(supuestos) tres instintos después entran en conflicto con los mismos tres
instintos de los demás. Acá surge la competencia y no todos logran satisfacer
su instinto de poder (o apoderamiento).
Si fuera cierta
esta suposición de los tres instintos, podríamos observar que en esa
competencia de todos contra todos para ver quién logra satisfacer mejor sus
instintos, observamos que la represión social se ejerce en el siguiente orden:
1º) El instinto más
fuertemente reprimido es el de poder o apoderamiento. Una prueba de ellos es
que son muy pocos los que toman decisiones y son pocos los ricos;
2º) El segundo
instinto más reprimido es el sexual. Por algún motivo la mayoría de las
colectividades condenan severamente el deseo sexual e imponen severas normas
morales. Se prohíbe terminantemente el incesto y a la sexualidad fuera de una
pareja monogámica se la considera inconveniente;
3º) Felizmente, el
tercer instinto, el de auto-conservación, está siendo bien tolerado y nuestras
colectividades no han decidido restringirlo.
Observen cómo el
instinto 1º) más fuertemente reprimido puede ser una causa más (no la única) de
nuestra pobreza.
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