Nos llama la atención
que nos cuesta hacer ciertas cosas que parecen fáciles.
Por ejemplo, ¿por qué me cuesta tanto invitar a tomar un
café a mi compañera de trabajo?
Si quiero invitarla es porque ella tiene algo que yo
necesito, no sé si ella querrá dármelo, quizá quiera dármelo pero sólo a cambio
de algo, en este caso no sé si ese algo yo lo tendré y lo que es peor aún,
¿cómo me sentiré si ella rechaza mi invitación y además se burla de mí?
Al consultarlo con un amigo de confianza seguramente él me
alentará diciéndome: «Lo peor que te puede pasar es que te diga que no», con lo
cual se supone que todo es más sencillo de lo que yo puedo ver.
Pero en este caso, mi amigo se equivoca.
Mi inhibición surge porque el inconsciente (encargado de
nuestras inhibiciones) me recuerda que alguna vez quise casarme con mi mamá,
ella me rechazó, me hirió en el amor propio, más tarde reconocí que fue un
vergonzoso intento de transgredir la prohibición del incesto y que nunca más
haría una cosa parecida (como es invitar a esta compañera de trabajo a tomar un
café ahora que volví a enamorarme como me enamoré de mi mamá).
Y lo mismo vale para pedir un empleo, para hablar en
público, para reclamar que nos devuelvan lo que prestamos y todas esas pequeñas
grandes cosas que empañan injustamente nuestra calidad de vida.
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario