viernes, 20 de julio de 2012

El rechazo original del ser humano


Nos llama la atención que nos cuesta hacer ciertas cosas que parecen fáciles.

Por ejemplo, ¿por qué me cuesta tanto invitar a tomar un café a mi compañera de trabajo?

Si quiero invitarla es porque ella tiene algo que yo necesito, no sé si ella querrá dármelo, quizá quiera dármelo pero sólo a cambio de algo, en este caso no sé si ese algo yo lo tendré y lo que es peor aún, ¿cómo me sentiré si ella rechaza mi invitación y además se burla de mí?

Al consultarlo con un amigo de confianza seguramente él me alentará diciéndome: «Lo peor que te puede pasar es que te diga que no», con lo cual se supone que todo es más sencillo de lo que yo puedo ver.

Pero en este caso, mi amigo se equivoca.

Mi inhibición surge porque el inconsciente (encargado de nuestras inhibiciones) me recuerda que alguna vez quise casarme con mi mamá, ella me rechazó, me hirió en el amor propio, más tarde reconocí que fue un vergonzoso intento de transgredir la prohibición del incesto y que nunca más haría una cosa parecida (como es invitar a esta compañera de trabajo a tomar un café ahora que volví a enamorarme como me enamoré de mi mamá).

Y lo mismo vale para pedir un empleo, para hablar en público, para reclamar que nos devuelvan lo que prestamos y todas esas pequeñas grandes cosas que empañan injustamente nuestra calidad de vida.


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