Desde los 16, Danubio estuvo rodando de un establecimiento de reclusión a otro, observando cómo la vida lo cambiaba de lugar para que el empeoramiento fuera progresivo y tolerable.
Así fue hasta los 21 cuando cayó en un
calabozo con un avejentado de sonrisa tan angelical que le pareció extraterrestre.
Esa mirada la conoció cuando tendría seis años
y una monja le mostró un libro lleno de imágenes.
El avejentado despedía un olor raro que había
sentido cuando en uno de los traslados llegó a La Paz, capital de Bolivia.
Recuerda esta ciudad cuando asomó de repente
como quien accede a un plato hondo recorriendo el borde.
Ese olor también está en algunas fruterías de
países tropicales.
Los dos hombres estuvieron juntos unos pocos
días en los cuales el avejentado le contó a Danubio anécdotas que confirmaban
por qué cada uno es como es y nadie puede cambiarlo y Danubio le contó
anécdotas de por qué siempre lo mantenían encerrado porque él representaba a
quienes hacen daño pero saben ocultarse.
Un día lo llamó el director de la cárcel para
decirle que podía irse.
— ¿Adónde?—, preguntó Danubio.
— No sé, ese es su problema—, respondió el
director sin dejar de mirar un partido de fútbol en la computadora.
Cuando salió a la calle lo esperaba una mujer
mayor que él, quien lo abrazó temblando.
— Todo ha cambiado, Danubio — le susurró en el
oído.
Llegaron a un apartamento con olor a incienso,
pocos muebles y algunas alfombras.
—Viviremos juntos —dijo ella, mostrándole una
cama matrimonial y un guardarropa con varias prendas masculinas recién compradas.
A Danubio le cuesta adaptarse a esta nueva
vida donde nadie le grita y donde las pesadillas comienzan a tener rasgos de
sueño.
La mujer lo trata con ternura y demuestra
gozar del sexo tanto como él.
Por priorizar la ley de la Naturaleza sobre la
ley de Dios, esta señora gestó siendo monja. Ahora tendrá que resolver su
transgresión a la ley de los hombres.
Nota: La imagen es una escena de
la película El graduado (1967) y los actores son Dustin Hoffman y Anne
Bancroft.
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