Inconscientemente, la última voluntad de ser cremados al morir, implica transgredir la prohibición del incesto.
La muerte está vinculada a los temas
económicos de varias formas, por ejemplo, por la herencia de los bienes y por
los costos del velatorio y sepelio.
Los aspectos económicos de nuestra vida son
mejor comprendidos que los aspectos psicoanalíticos.
Aunque es cierto que existe una especie de
pudor respecto a los asuntos de dinero, también es cierto que existe una
especie de incapacidad para entender la psicología profunda. De hecho es «profunda» precisamente porque
estudia lo que está escondido, inaccesible, olvidado, rechazado, prohibido,
reprimido.
Uno de esos temas molestos refiere a la
muerte.
Según datos seguramente inseguros, crece la
moda de ordenar la incineración o cremación de nuestro cuerpo al morir. Confío
en que usted podrá confiar en lo que sabe según su propia experiencia, por lo
que lee, le cuentan o ha pensado.
Listaré algunos motivos por los que esta
práctica gana adeptos día a día.
Como digo más arriba, el argumento-pantalla es
el económico pues podemos pensarlo y compartirlo socialmente sin avergonzarnos,
mostrándonos racionales y hasta temerarios por hablar de nuestra propia muerte
con una escalofriante indiferencia.
De más está decir que el aumento de la
población cadavérica es eterno, porque los muertos no se renuevan sino que se
acumulan. La ocupación de territorio para los cementerios tiene un límite y
cada vez es más caro el enterramiento dada esta progresiva escasez de locaciones.
Me salteo algunos motivos psicoanalíticos
(claustrofobia de la tumba, corrupción antiestética del cuerpo, purificar «la carne pecadora» mediante el fuego, cumplir la sentencia bíblica de que «…al polvo [cenizas] volveremos»), para comentar que nuestra última voluntad es transgredir la
prohibición del incesto al pedir que nuestras cenizas (polvo) se esparzan (se
eche) en la (madre) Tierra.
(Este es el
Artículo Nº 1.617)
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