El arte
está lleno de historias en las que el amor ocupa el mayor protagonismo.
Por lo que he podido observar, todos estamos
expuestos a padecer desencuentros amorosos, pero sin embargo son ellas las que
más lo padecen.
Los varones y mujeres estamos de acuerdo en
que es más difícil entender a una mujer que a un hombre, pero creo que son
ellas las más expuestas a la frustración afectiva.
De hecho, las estadísticas indican que la
depresión las afecta en mayor número.
A pesar de estos infortunios, ellas se
convierten en madres con el hombre que han elegido (1).
Una vez resuelta la imposición natural que las
obliga a ser madres (instintivamente necesitan que eso ocurra), subsiste el
deseo de sentirse protegidas, acompañadas y ayudadas por un hombre.
Para que este varón pueda cumplir sus
aspiraciones, deberá ser protector, compañero y proveedor (respectivamente).
Hace miles de años, el ser humano se dio
cuenta que todos tenemos el deseo de hacer el amor con familiares directos.
Es una particularidad de nuestra especie, el
imponernos la represión de ese deseo. La prohibición del incesto la tenemos en
exclusividad.
Esta prohibición nos frustra y por eso pasamos
el resto de la vida tratando de transgredirla.
Para las mujeres, el mejor varón que pudo
protegerlas, acompañarlas y ayudarlas, fue su papá.
Sin embargo, ellas (al igual que los varones),
tienen predilección por su mamá (2).
Como ambos sexos aprendimos a amar a una
mujer, hombres y mujeres amamos a “la mujer” (3).
Estas complejidades (deseo del padre protector
y preferencia reprimida por las mujeres), hacen difícil (o imposible)
comprenderlas y que encuentren al hombre
adecuado, pues lo que buscan es un padre femenino.
Nota: la imagen corresponde a
la escultura Hermafrodita dormido,
cuyo original fue esculpido por Policleto durante el siglo 2 antes de Cristo.
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