lunes, 23 de julio de 2012

Nuestros deseos deben ser populares


Lo que ocurre a los humanos con la universal prohibición del incesto y su riguroso ocultamiento, provoca otros efectos colaterales sobre el menú de deseos posibles.

Cuando fuimos pequeños, niños, adolescentes y adultos, nos dijeron machaconamente que debemos controlar nuestro natural deseo de robar.

Como esta recomendación también nos aconsejaron imperativamente «no mentir», «no hablar con personas desconocidas», y otras miles por el estilo.

Sin embargo, aunque está igualmente prohibido, jamás nos dijeron «no tengas sexo con tus padres ni hermanos ni tías».

Este silencio aumenta el misterio fatídico de la prohibición y por lo mismo, se torna fantasmal, siniestra, incomprensible.

De este hecho del que todos tenemos alguna experiencia, podemos sacar como conclusión que todo lo que no se dice es más peligroso, terrible, demoníaco que lo dicho.

De este hecho del que todos tenemos alguna experiencia, podemos deducir que lo dicho no es tan grave, porque lo verdaderamente grave (la prohibición del incesto) nunca se menciona de tan monstruoso que es.

En suma 1: Todos los consejos que recibimos en forma verbal o escrita, son secundarios porque el consejo primario y verdaderamente importante, ni se dice ni se escribe.

Observemos que todos tenemos amor por nuestra madre. El vínculo con ella es el que nos enseña qué son los abrazos, las caricias y los besos. Tanto para varones como para niñas.

De esta forma, es imposible no desear a quien nos enseña qué es el deseo. Y no es con palabras que nos enseña: nos enseña con actos, gestos, experiencias tangibles.

En suma 2: si nuestro deseo incestuoso es tan grave que nunca nos hablan de él, podemos pensar que cualquier otro deseo del que nunca nos hablen también es terrible, fatal, escalofriante.

Conclusión: nuestros deseos deben ser populares, conocidos, comentados, y en todo caso, expresamente prohibidos.

 

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