Me referiré a las tribulaciones filosóficas a las que se ven enfrentadas algunas personas. No todas: sólo algunas.
Primera interrogante del niño: «¿Seguiré vivo
o moriré?»
Primera respuesta a la primera pregunta: «Lo que me
preocupa es no sufrir».
Segunda interrogante del niño: «¿Cómo hago para
no sufrir?»
Segunda respuesta a la segunda pregunta: «Los adultos
son tan poderosos que no sufren. Para no sufrir, tengo que ser como «ellos»».
El niño,
enfrentado a esta preocupación —cuya gravedad e importancia es igual o mayor
que la que puedan sentir algunos por una tercera guerra mundial—, trata de
tranquilizarse inventando hipótesis, construyéndose creencia con los
conocimientos que tiene y la capacidad inventiva que le tocó en suerte
(talento).
Cuando
piensa en «ellos», primero se refiere a los padres, pero a medida que va
creciendo —y constata que crecer no disminuye la exposición al dolor—, comienza
a pensar que no es la adultez, sino la estatura.
Una vez
confirmado que tampoco es la estatura, piensa que lo que realmente evita el
dolor, es el poder económico. Entonces piensa:
«Tener dinero es la clave para no sufrir».
«El talismán
(objeto mágico, amuleto, fetiche) que «nos libra de todo mal», es el dinero».
Y con esta
conclusión, observa que ese instrumento (el dinero calmante de todo mal) es el
que le ha dado al padre el poder suficiente para resolver el problema más
apremiante: acostarse con la madre … pero eso es imposible por la misteriosa,
sigilosa y ominosa, prohibición del
incesto.
Acostarse
juntos, como hacen «los que tienen dinero» (los padres), es lo más deseado,
pero él corre mucho riesgo de sufrir
un castigo.
En suma: (este grupo de hombres y mujeres, piensa
que) … la solución para evitar el dolor, es privarse tanto del dinero como del
deseo (incestuoso).
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