
Los celos son mejor
explicados por el mito (1) según el cual el ser humano en su origen estaba
completo pues disponía de los dos sexos (hermafrodita) para reproducirse sin
tener que discutir con el cónyuge, pero algo hizo que provocó la ira de un dios
tan poderoso como vengativo quién lo dividió en dos, obligándolo desde entonces
a tener que conseguirse a alguien del sexo opuesto padeciendo (y este es el
castigo) las dificultades conyugales.
Por lo tanto, cuando nuestro
cónyuge coquetea con otra persona, sentimos la misma preocupación de alguien a
quien un cirujano le dice que debe amputarle una pierna o un brazo, pues esa
relación de pareja que mantiene es la única solución que encontró para
completarse después de aquel terrible castigo del dios malhumorado.
Los académicos, para no
quedarse atrás, también elaboraron un mito al que por razones de status
(prestigio, elegancia, ego) le llaman (llamamos) teoría.
Según la teoría
psicoanalítica ocurre que cuando nacemos tenemos la sensación de que el
universo forma parte de nuestro cuerpo (sensación oceánica, estado de fusión).
Cuando el cerebro logra madurar, nos damos cuenta que todos somos individuos
separados del entorno (2).
La sensación de formar parte
de un todo (fusionados, solidarios, sin individuación) es tan placentera que
nos resistimos a separarnos de nuestra familia paterna.
Todo funciona armónicamente
hasta que nuestro cuerpo desarrolla deseos sexuales en un ámbito donde rige la
prohibición del incesto.
La situación es molesta para
un niño pero insoportable para un adolescente.
Porque abandonar la casa
paterna es como una amputación, por temor a padecerla de nuevo celamos a
nuestro cónyuge.
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