domingo, 22 de julio de 2012

La ley que se puede evadir, deja de molestar


«Hecha la ley, hecha la trampa» expresa un aforismo muy pragmático, realista y —para algunos—, un poco escéptico.

La creencia en Dios aporta una cantidad de soluciones que, en definitiva, no dejan de ser trampas a leyes antipáticas.

Llegar a la edad adulta y perder la protección de nuestro padre biológico, es una ley molesta para la cual es posible crear la ilusión de que existe otro padre, del cual nunca perdemos su protección (Dios).

Que algún día dejemos de existir, entra en penoso conflicto con el instinto de conservación, el que nos obliga a defender nuestra vida desesperadamente.

Pero a esta ley natural, le hacemos trampa evadiéndola con la convicción de que en realidad, nunca morimos sino que tenemos un alma que migra, viaja de generación en generación y que lo único que ocurre es que nos mudamos de cuerpo como de vivienda.

Más aún, por no querer aceptar que vivir implica soportar molestias y frustraciones, nos convencemos de que ellas no son otra cosa que el pago de una deuda, generada por alguien ajeno, un antepasado y que es nuestra hidalguía, bondad y apego a la moral, lo que nos lleva a padecer (pagar) aquella deuda, con enfermedades, accidentes y sufrimientos.

Para que este emprendimiento evasor funcione mejor, un grupo de voluntarios instituyen organizaciones encargadas de administrar el no reconocimiento de que somos seres vivos como cualquier otro, sin cualidades, méritos ni privilegios especiales.

Finalmente, algo muy irritante y que también puede ser evadido haciendo uso de estas instituciones (religiones), es una ley cultural, particularmente frustrante. Me refiero a la arbitraria prohibición del incesto.

Las instituciones religiosas aseguran que sus fieles forman una gran familia, que todos son hermanos entre sí y —para evadir la prohibición del incesto— estimulan el casamiento entre ellos.

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