lunes, 23 de julio de 2012

Las tiranías benefactoras


Quienes se angustian porque temen no controlar sus deseos prohibidos (incesto, robo, crimen), propician clandestinamente los regímenes dictatoriales.

Les he comentado que una explicación bastante creíble de por qué está prohibido el incesto tiene que ver con asuntos de estado, de gobierno, de nación.

En otro artículo (1) les decía que en tiempos remotos, tan remotos que no quedan rastros de escritura que cuenten la historia con los hechos concretos, la prohibición del incesto tenía por objetivo que las mujeres quedaran reservadas para los varones de las tribus aliadas.

La existencia del himen (imagen), esa delicada membrana traslúcida que se rompe irreversiblemente cuando entra algún objeto o pene en la vulva, da garantía de exclusividad, de originalidad, de virginidad.

Ese tejido oficia de precinto, sello, lacrado.

En condiciones normales, las personas transgredimos la prohibición del incesto de muchas maneras (metafóricas, alegóricas, simbólicas): mirando películas pornográficas, desobedeciendo las normas de tránsito, robando un banco o, peor aún, fundando un banco, y en general haciendo exactamente lo contrario de lo que se nos enseña, sugiere, ordena.

En condiciones anormales, los regímenes dictatoriales obligan a los ciudadanos a transgredir la prohibición del incesto de una sola manera: haciendo exactamente lo que dice el soberano-dictador-tirano.

Aquella manera de transgredir la prohibición del incesto de diversas formas metafóricas, alegóricas, simbólicas, pierde esa libertad.

La prohibición sigue sin ser explicitada pero un régimen de control estatal ofrece varias ventajas, insólitas para quien observa estos hechos desde el sentido común.

La libertad tiene buena prensa y posee valores positivos que no se discuten, sin embargo es fuente de angustia para los ciudadanos que no saben qué hacer con sus deseos prohibidos.

Es razonable, aunque lamentable, que muchas personas saboteen la libertad pues las angustia y aman los regímenes que se apoderan de sus deseos más perturbadores.


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