
Se habla de las transgresiones de la
prohibición del incesto que cometen algunos padrastros, pero no se habla de los
propios deseos incestuosos.
Se habla de economía hasta el cansancio, pero
no se habla del sorprendente pudor que tenemos para tratar los asuntos de
dinero cada uno de nosotros.
El tema del que no hablamos, se convierte en
misterioso, perturbador, temible.
Por este efecto, el silencio sobre los asuntos de los que no se debe hablar,
se convierte en un mensaje lingüístico por omisión.
Es decir, la falta de discurso genera en
nosotros sensaciones de que se nos está diciendo algo, tan importante y
trascendente, que no se puede ni mencionar.
Conocemos el consejo que dice: «ante la duda, abstente».
En otras
palabras, cuando no sepas qué hacer, no hagas nada.
También podría
decirse así: «si tienes dudas, paralízate».
Hay
personas expertas en el arte de dominar (¿paralizar?) por medio de la intriga.
Esta
consiste en maniobras cargadas de significados confusos, ambiguos, ocultos,
misteriosos, sugerentes, con muchos gestos que podrían significar cualquier
cosa menos algo tranquilizador.
Las
víctimas de una intriga son personas con un miedo especial a perder (la vida,
la salud, seres queridos, tranquilidad, riqueza) y que tienen una visión
pesimista de la realidad.
La
falta de discurso explícito, activa esas ideas negativas que poseen.
Las
personas intrigantes manipulan casi exclusivamente a los pesimistas porque, al
presentarles un discurso hueco, carente de contenidos explícitos, estimulan la
aparición de esas ideas negativas, pero como si fueran dichas por el
intrigante.
El
insidioso intrigante induce al pesimista para que confirme los temores que lo
atormentaban y se hace pasar por el salvador a quien deberá obedecer.
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