viernes, 5 de octubre de 2012

La desnudez placentera y la falta de dinero



   
La carencia de dinero (pobreza) resulta atractiva y placentera para quienes «estar pelados» (sin dinero) equivale a «estar desnudos».

«Como Dios lo trajo al mundo» ... es un sinónimo de desnudo pero también de cualquier otra característica del recién nacido que difícilmente encontremos en la adultez, por ejemplo, «sin dinero».

La desnudez es un placer generalmente prohibido porque nuestra cultura nos obliga a estar cubiertos de ropa, inclusive en nuestro hogar, fundamentalmente porque la proximidad a un cuerpo desnudo estimula el deseo sexual y tenemos sabido que está prohibido el incesto.

Está permitida la casi total desnudez en las playas y en algunos parques. Para la desnudez completa solo falta destapar los pezones y el vello púbico... si no fue depilado (pelado).

Son objeto de cobertura (vestimenta) obligatoria, los órganos genitales masculinos y los pezones femeninos, porque la vulva es de por sí muy poco visible hasta para su dueña.

La desnudez es placentera y por serlo genera vergüenza. La timidez se estimula cuando imaginamos que otro se entera de que estamos disfrutando o deseando disfrutar.

No sé si existen estadísticas confiables, pero lo cierto es que a muchas personas les gusta pasearse desnudas por su casa cuando los demás habitantes no están.

Podríamos suponer que el desnudista goza imaginando las miradas libidinosas que recibiría de quienes él desea eróticamente.

Antes mencioné la palabra «pelado» para referirme al vello púbico depilado. Esto fue así para retomar el inicio de este artículo.

La palabra «pelado» tiene varias acepciones (1). Al leerlas nos encontramos con que aluden a «desnudez», «vergüenza», «pobreza», «prostitución», por lo que podemos pensar que estos cuatro conceptos están vinculados lingüística y psicológicamente entre sí.

En suma: Puede ser atractiva para muchos la desnudez que connota estar «pelados», para lo cual es preciso estar «pelados», sin dinero, pobres.


(Este es el Artículo Nº 1.677)

Lo prohibitivo



   
Podría decirse que los bienes y servicios ‘prohibitivos’ no son molestos para todo el mundo.

En la Biblia, en el libro del Génesis (Gen 2, 16-17), encontramos la primera prohibición. Dios le dijo al hombre: “Come si quieres del fruto de todos los árboles del paraíso: Mas el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas: porque en cualquier día que comieras de él, infaliblemente morirás.

Según el Diccionario combinatorio del español contemporáneo dirigido por Ignacio Bosque, la palabra «prohibitivo» se la encuentra asociada con los siguientes vocablos: cantidad, cifra, coste, gasto, nivel, precio, suma.

Ejemplos: «El precio del alquiler es ‘prohibitivo’»; «Ciertas necesidades están en un nivel ‘prohibitivo’»; «Podremos casarnos cuando el coste de vida deje de ser ‘prohibitivo’ para nuestros ingresos».

Se le atribuye al escritor español Camilo José Cela (1916-2002): “Prohibir por prohibir es más cómodo que eficaz y también más arbitrario que inteligente.

Me animaría a decir que las prohibiciones son un condimento social. Ellas nos alteran la convivencia interponiéndole obstáculos a la libertad.

Si observamos lo que realmente ocurre, tendríamos que concluir que ni las prohibiciones son tan antipáticas ni la libertad es tan deseada.

En este blog he comentado muchas veces la más grande de las prohibiciones: la prohibición del incesto, esa que nos impide de forma totalmente silenciosa, discreta pero fortísima, tener relaciones sexuales con nuestros familiares.

Tanto la moderada molestia que nos provocan las prohibiciones, como la moderada satisfacción que sentimos con la libertad, como la relativa comodidad como sobrellevamos la prohibición del incesto, nos llevan a pensar que los precios ‘prohibitivos’ quizás no sean universalmente molestos como se piensa.

Si aceptáramos esto, también podríamos decir que evitar tener mucho dinero nos aumenta la cantidad de bienes y servicios que nos resultan ‘prohibitivos’.

(Este es el Artículo Nº 1.675)

La gravedad de una infidelidad



   
Un cónyuge que desea ser infiel, evalúa la gravedad de la acción de forma mucho menos grave que el otro.

Una frase que diga: «La unión monogámica es un acuerdo colaborativo aunque de perjuicio mutuo», probablemente haría pensar que contiene ideas eruditas, densas, profundas.

En realidad no es más que una idea sencilla redactada de forma rebuscada.

Trataré de simplificarla para quitarle esa oscuridad que dificulta entendernos usted y yo.

«...es un acuerdo colaborativo», porque esencialmente nos juntamos para ayudarnos, para gestar hijos, para complementarnos en las variadas tareas que requiere mantener una familia: limpiar, reparar, cocinar, conseguir recursos económicos para comprar insumos alimenticios, combustibles, cubrir los costos de alojamiento, y todo lo que habitualmente hacemos en un hogar.

«...aunque de perjuicio mutuo», pretende describir todo aquello que disfrutábamos cuando éramos solteros, estudiantes, huéspedes en la casa paterna.

Esta promesa de abstención es muy dura, difícil de sobrellevar, especialmente porque en lo más profundo del corazón anida una idea muy fuerte: «quiero satisfacerme pero no soportaría que mi cónyuge también lo hiciera».

El punto más complicado refiere a la primera parte de la frase: «La unión monogámica...».

Cada integrante de la pareja puede desear tener relaciones extraconyugales y se da cuenta que eso no perjudicaría objetivamente al otro.

Si alguno de los dos planteara esa posibilidad, casi seguramente encontraría una férrea oposición. Es bastante realista entonces que aquel integrante de la familia que decida tomar la iniciativa, tenga que mentir, engañar, traicionar, siempre en la convicción de que no está haciéndole daño al otro y que un planteamiento explícito contaría con un categórico «¡no, ni se te ocurra!»

Aunque estamos hablando de palabras terribles como son mentir, engañar, traicionar, cada cónyuge infiel se sentiría honesto, casto, inocente, pensando «Solo sufriría enterándose y ¿qué tiene de malo si la/lo sigo amando?»

(Este es el Artículo Nº 1.693)

martes, 4 de septiembre de 2012

El temor al fin de la prohibición del incesto



   
Quienes se escandalizan ante el fin de algunas prohibiciones, lo hacen porque inconscientemente creen que también finalizará la «prohibición del incesto».

En Uruguay estamos discutiendo (año 2012) dos temas muy importantes: la despenalización del aborto y la legalización de la comercialización de la marihuana para fines recreativos, es decir, no necesariamente medicamentosos como ya está autorizada en varios países.

Son dos temas muy polémicos, que convocan defensas y ataques apasionados.

Lo que se está discutiendo es abandonar la doctrina del prohibicionismo, que consiste en reprimir severamente aquellas prácticas que se consideran dañinas para los ciudadanos y para la sociedad.

En los Estados Unidos tuvimos el ejemplo más popular referido a la prohibición de la comercialización y consumo de bebidas alcohólicas y que, para mejor manejo de los medios de prensa, se la denominó metafóricamente «Ley seca» (1).

Hago mención a este manejo de los medios de prensa porque todas las prohibiciones son las proveedoras del material con el que los periodistas llenan páginas y minutos de televisión y radio, en los diferentes medios de comunicación.

No escapa entonces al fenómeno, que las prohibiciones tienen un gran beneficio concreto, esto es, darle ocupación a millones de trabajadores en todo el mundo.

Sin embargo, las prohibiciones no son efectivas. El prohibicionismo solo favorece a los delincuentes.

Con sentido del humor podríamos decir que:

Los métodos violentos son tan contraproducentes que no sería mala idea prohibirles a los jóvenes que estudien, que trabajen y que limpien su dormitorio.

Con similar criterio, quizá fuera ventajoso obligarlos a tener sexo, a masturbarse, a mirar televisión, a jugar, a hablar por celular y a consumir «drogas divertidas».

Ahora seriamente digo: las personas que se escandalizan ante el fin de algunas prohibiciones, lo hacen porque inconscientemente creen que también finalizará la «prohibición del incesto».

 
(Este es el Artículo Nº 1.673)

La inutilidad práctica del estudio




El fracaso escolar, masivo, alarmante, ocurre porque nadie sabe explicar a los estudiantes por qué tienen que aprender conocimientos claramente inútiles.

Para poder tomar vino, tenemos que sacarlo de su botella; para poder comer bananas tenemos que quitarles la cáscara y para poder aprovechar la energía de las nuevas generaciones, tenemos que sacarles todo el narcisismo posible.

El narcisismo es una especie de ceguera funcional. Aunque disponemos de los cinco sentidos desde muy pequeños, no empiezan a comunicarnos con el mundo exterior hasta muy tarde.

Seguramente existen personas que fallecen con cien años, que no lograron su máximo desarrollo cognitivo, es decir, todas las potencialidades de entender el cuerpo propio, el cuerpo de los demás y al resto de la naturaleza de la que formamos parte.

La filosofía predominante en nuestras culturas occidentales, apela a la violencia en gran medida. Hasta los más subdesarrollados saben aplicarla.

Cuando no logramos que el niño vea lo que está mirando, que oiga lo que está escuchando, tratamos de aumentar los estímulos correspondientes agregándoles algo de dolor (como si fuera un condimento): le pegamos, le gritamos, le privamos de lo que más desea.

Uno podría preguntarse: ¿Por qué a los niños y jóvenes les cuesta tanto interesarse por el entorno? ¿Por qué son tan malos estudiantes durante la escuela y el liceo?

Hasta donde puedo entender, hacen eso porque son realmente inteligentes, sanos, normales. Si no actuaran así, habría que dudar de ellos.

Un ser humano sano, inteligente y normal,

— le presta más atención a lo que más le gusta;
— responde a los estímulos específicos que necesita;
— es razonable y pregunta, pide explicaciones, negocia;
— se resiste al autoritarismo.

Nuestra cultura no puede explicar:

— por qué la prohibición del incesto (1);
— para qué hay que tener conocimientos de utilidad desconocida.

 
(Este es el Artículo Nº 1.664)