lunes, 11 de febrero de 2013

La endogamia de las naciones




La endogamia (1) es una forma de incesto y la prohibición de cargos públicos y de gobierno a extranjeros, también.

La pobreza económica puede tener muchas causas, pero en este blog comento causas que no son de índole económica sino preferentemente psicológicas, mentales, sociales.

Según dicen la prohibición del incesto tuvo por motivo obligar a que las tribus vecinas interrumpieran sus continuas guerras y se pacificaran para poder comerciar, ayudarse, convivir mejor.

Con la prohibición del incesto lo que intentaron fue que nadie pudiera tener hijos con una muchacha de la propia tribu. Su cónyuge tenía que ser de otra tribu. Así se logró que se tejieran amplias redes familiares en las que los hijos serían descendientes de dos tribus, los abuelos tendrían que ser amigos y la antieconómica guerra dejara de estropearles la convivencia.

Mediante la prohibición del incesto pasaron de la enemistad destructiva a la amistad colaboradora y enriquecedora.

No es fácil de respetar esta prohibición y aquellas mujeres que desean a un hombre de su propia familia sufren una frustración y la convivencia se hace más complicada entre todos pues este deseo reproductivo es difícil de disimular.

Algunas familias que no pueden ser tan efectivas en la prohibición del incesto tienen otra costumbre que en parte se parece al incesto.

Estas familias son endogámicas (1), muy cerradas, aceptan yernos y nueras pero con la condición de que pierdan sus lazos familiares con las familias de donde provinieron.

Cuando esta endogamia les restringe comerciar con personas ajenas a la familia, inevitablemente tienden al empobrecimiento porque el mercado de transacciones y de trabajo es demasiado pequeño (solo integrado por familiares).

Esta endogamia, este encerrarse en la propia familia es más común de lo imaginado si entendemos que las normas constitucionales prohíben que los extranjeros sean empleados públicos o gobernantes.

 
(Este es el Artículo Nº 1.803)

Los misterios de la antipatía



 
Cuando la madre desea ser fecundada por su hijo, la esposa de este sentirá un inexplicable rechazo por la suegra-competidora.

Les contaré algo que no se puede comprobar...como tantas cosas, desde la existencia de Dios a otras menos trascendentes.

El valor que tendrá el comentario es muy íntimo porque cada lector, en soledad, evaluará si estos hechos pueden o no ser posibles, en sí mismo o en otras personas.

He mencionado varias veces que es la mujer la que, cuando está ovulando, es decir, cursando un momento de fertilidad, busca un varón que la fecunde, el que será elegido según el instinto del que ellas están dotadas. Las mujeres seleccionan claramente qué varones pueden fecundarla y cuáles no.

A veces ocurre que ese varón seleccionado es inaccesible porque es el padre o el hijo, quienes quedan excluidos por la prohibición del incesto que rige en nuestras culturas.

Esta imposibilidad le causa una molestia, una contrariedad, una frustración, pero la prohibición del incesto es tan terrible que ella ni llega a enterarse de que deseó a un familiar como padre del hijo que desea gestar.

Cuando esto ocurre, el deseo de ser fecundada por el padre o el hijo o el hermano, perdura en el mismo estado inconsciente. Ella no tomará conciencia de lo que desea pero el deseo sigue ahí.

Si el hijo se casa, la nuera seguramente sentirá rechazo por su suegra, pues, según propongo en este artículo, estos deseos frustrados son inconscientes pero no totalmente desconocidos para otros inconscientes.

Es muy probable que el inconsciente de la nuera perciba que su suegra desea a su hijo (esposo de la nuera).

La «inexplicable» antipatía recíproca que sentirán estas mujeres no tendrá explicación, pero este artículo expone una causa posible.

Estas cosas ocurren muy a menudo, pero son demasiado inconfesables.

(Este es el Artículo Nº 1.801)

La obligación de pagar con un beso



 
Cuando un adulto exige al hijo que bese a quien le da un regalo, realiza una educación de mal pronóstico.

Tengo el prejuicio según el cual la naturaleza se equivoca menos que los seres humanos que intentan mejorarla.

Los animales ejercen la función sexual con la misma naturalidad que comen, excretan o duermen.

Por algún motivo los humanos erigimos un gran tabú con esa función tan necesaria para la conservación de la especie.

Es casi seguro que la constitución de actitudes represoras ante nuestra función sexual debería tener alguna explicación cuya causa eficiente podamos encontrarla en las leyes naturales de las que no podemos evadirnos.

Algo que me viene a la mente es que cada vez que nos prohíben hacer algo, eso mismo es lo que deseamos hacer, mientras que lo que nos obligan a aceptar porque no está en nuestra naturaleza, es lo que trataremos de no hacer aplicando mucha energía, inventiva, inescrupulosidad.

Junto con la prohibición del incesto que se le impone a los niños sin darles explicaciones, se los obliga a dar las gracias cada vez que reciben un obsequio.

El resultado de estas imposiciones no puede ser otro que el opuesto a los que se buscan.

Efectivamente, los adultos que fueron educados en la represión sexual quedan proclives a la promiscuidad, a los excesos eróticos y hasta la violanción.

De modo similar, los adultos a quienes se les impuso agradecer lo que no estaban dispuestos a agradecer, muy probablemente desarrollen un cierto resentimiento hacia las transacciones pues quedan asociadas a una violación de su dignidad.

En otras palabras, si a un niño se lo obliga a dar un beso a quien le hace un regalo, muy probablemente se sienta humillado, avasallado y hasta violado.

Claro que la debilidad transitoria del pequeño dejará inadvertida tanta desconsideración (abuso).

(Este es el Artículo Nº 1.782)

Ya podemos horrorizarnos menos

 
Quizá ya no necesitemos el horror al incesto, ni el horror a la poligamia, ni tener tantos hijos para conservar la especie.

La humanidad se ha adaptado a las necesidades de la conservación de la especie en forma continua.

Al observar la prosperidad de nuestra especie, manifestada porque ya somos siete mil millones de ejemplares, podemos concluir con bastante seguridad que «hemos hecho las cosas bien» pues, nuestra única misión (1) de conservar la especie, está siendo cumplida satisfactoriamente.

Este éxito no significa que no podamos haberlo hecho mejor, con menos costos en vidas humanas, en deterioros del ecosistema, en otros daños colaterales evitables.

Cuando digo «otros daños colaterales» estoy pensando en aquellas soluciones que se siguen aplicando aún después haber desaparecido los motivos que le dieron origen.

Según postulo en varios artículos, la prohibición del incesto (2) se impuso para que los humanos vieran dificultada la satisfacción del deseo sexual más inmediato y precoz, precisamente para potenciar el impulso reproductivo que gestara más ejemplares de la especie.

Esta prohibición perdió importancia cuando el peligro de extinguirnos como especie ha bajado tranquilizadoramente.

Con el mismo propósito de imponernos normas culturales que potenciaran nuestro impulso reproductivo, en casi todos los pueblos existe la tradición de unirnos varones con mujeres en matrimonios monogámicos.

Entiendo que los seres humanos, al igual que los demás mamíferos, somos polígamos porque la copulación fecundante no necesitamos que siempre ocurra entre las mismas personas (horror al matrimonio abierto).

Lo que propongo pensar es que la prohibición de satisfacer nuestros deseos poligámicos ha dado lugar a que el deseo de amar a muchas personas se haya trasladado a tener muchos hijos para no tener muchos amantes.

Quizá ya no necesitemos el horror al incesto, ni el horror a la poligamia, ni tener tantos hijos para conservar la especie.

   
Otras menciones del concepto «poligamia»:

     
(Este es el Artículo Nº 1.794)