sábado, 9 de noviembre de 2013

Sobre la escasez y la abundancia


Quizá la escasez beneficie nuestra salud, pero la vida parece más placentera cuando podemos satisfacer nuestras necesidades y deseos.

Al escuchar uno de mis videos me oí decir que la manera más efectiva de estimular alguna actitud en el ser humano hay que prohibírsela y me refería más concretamente a todo lo que, desde hace milenios, venimos haciendo con la sexualidad.

En ese video decía que la prohibición del incesto y el tabú que obstaculiza el deseo sexual han sido muy eficaces para lograr que nuestra especie sea muy abundante en ejemplares, lo cual no deja de ser la mayor de las riquezas.

Si fuera procedente compararnos con las demás especies deberíamos reconocer que somos la más próspera del planeta, aunque no tenemos datos sobre en qué situación están los microorganismos cuyo censo nos resulta impracticable.

Pero no solo llevándonos la contra entre nosotros logramos optimizar nuestro desempeño. Es posible observar que los pueblos que habitan regiones muy prósperas y paradisíacas (estoy pensando en las zonas tropicales y fértiles), no lucen muy trabajadores y ambiciosos, mientras que los más activos están en las regiones donde la naturaleza es menos paradisíaca (estoy pensando en las zonas frías y menos fértiles).

Por lo tanto, cuando tenemos una vida fácil vivimos en la pobreza y cuando tenemos una vida menos fácil, la lucha por superar las dificultades impuestas por el medio nos llevan a tener mejor calidad de vida.

Quizá sea un error, pero parece más cómoda la abundancia que logramos con nuestro esfuerzo que la escasez que pueda imponernos un hábitat precario.

Quizá la austeridad sea desagradable, aunque indirectamente beneficiosa, pero parece más cómodo tener varios televisores, una casa con varios dormitorios y varios baños, contar con una casa para vacacionar, que cada integrante de la familia disponga de su automóvil.

(Este es el Artículo Nº 2.055)


Más realistas que el rey


Quienes parecen ser «más realistas que el rey» son disimulados transgresores de la prohibición del incesto y de otras obligaciones.

Los seres vivos tenemos muchas formas y comportamientos que nos diferencian: aves, mamíferos, peces, vegetales, microbios. La variedad es muy grande.

Los humanos, como los demás seres vivos, también tenemos características que nos diferencian del resto.

Una de esas características es que nos observamos con especial atención, sin que podamos afirmar que las demás especies también lo hacen.

Algunos dicen que los humanos nos prohibimos el incesto para formar parte de los grupos (¿manadas?) que creamos y que llamamos «cultura».

Los antropólogos confirman que, de una u otra manera, en todas las culturas existe este requisito fundamental: a los integrantes se les impide satisfacer un deseo muy intenso: copular con algún pariente (madre, padre, hermano).

Por lo tanto, para que podamos disfrutar de los beneficios de ser considerados humanos, debemos cumplir el requisito de abstenernos de satisfacer un deseo tan fuerte como es el de formar una pareja conyugal con un familiar directo.

Claro que no somos tan sumisos como para respetar esta prohibición y quedarnos muy tranquilos. Nuestra cabecita inquieta y transgresora no para de inventar estrategias para hacer trampa, eludir la prohibición, pecar, delinquir.

Es que el precio de ser admitidos en la sociedad humana no solamente es la prohibición del incesto, después nos agregan sobre-precios tales como son respetar la propiedad privada, la monogamia, no mentir.

Estos abusos de los administradores sociales de turno, (gobernantes, padres, Estado, religiones, empleadores, maestros), nos generan dudas, incertidumbre, ansiedad, disconformidad, deseos de aumentar los intentos transgresores.

Como forma de eludir los costos que se agregan a la prohibición del incesto, algunos transgresores-simuladores parecen prohibirse más de lo que se les pide. De ellos decimos que «son más realistas que el rey».

(Este es el Artículo Nº 2.045)