sábado, 8 de marzo de 2014

Vestimenta y población mundial


Si por algún motivo a los humanos se nos ocurriera enlentecer el crecimiento demográfico sería esperable que la desnudez se convirtiera en moda.

No creo que exista otro animal, grande como los humanos, que tenga una población tan abundante como la nuestra: somos 7.000 millones de ejemplares.

Hago énfasis en el tamaño porque los roedores, los insectos, los microbios, seguramente son muchos más.

Dando por aceptada esta afirmación, me pregunto cómo hicimos para llegar a este dominio, siendo que somos tan débiles, prematuros y dependientes.

Propongo una sola idea aunque manifestada por dos ejemplos. Somos tantos por nuestro apego a lo prohibido.

Efectivamente: La prohibición del incesto quizá sea la causa de la que menos se habla. El incesto es un tabú, tanto para practicarlo como para hablar de él. Por ese motivo somos tan prolíficos y amantes de copular.

La prohibición de mostrarnos sin ropas quizá sea la causa de la que mucho se habla pero sin considerarla como un factor que favorece la conservación de la especie.

Obsérvese que cuando estamos más desvestidos, cubrimos los genitales y, en la mujer, los senos, por tratarse de algo intensamente asociado a nuestra primera infancia.

No poder ver ni los genitales de ambos sexos ni los senos es algo tremendamente erótico. Si los viéramos continuamente perderíamos casi todo el interés por ellos y, me animo a pronosticar, no seríamos 7.000 millones sino muchos menos.

También me animo a pronosticar algo más: si por algún motivo a los humanos se nos ocurriera enlentecer el crecimiento demográfico sería esperable que la desnudez se convirtiera en moda.

(Este es el Artículo Nº 2.157)


Sobre demonios interiores y consumismo

El dinero no es diabólico. Es para evitar los demonios interiores que tanta gente trabaja, ahorra y consume obsesivamente.

Hay quienes se empeñan en vivir sin dinero.

Consideran que este instrumento de canje, esta mercadería polivalente, esta especie de comodín que todos aceptan en cualquier intercambio, genera una especie de maleficio que nos hace perder la cabeza, nos esclaviza, corrompe, envilece.

Muchas personas piensan esto y no me animaría a decir que están equivocadas, pero sin embargo propondré otra explicación de por qué el dinero parece diabólico.

¿Alguna vez oyó hablar de los demonios interiores?

Son una representación fantástica de los remordimientos, de los recuerdos tristes, perturbadores, de las ideas persecutorias, de los impiadosos deseos de venganza. También son las ideas fijas, las preocupaciones, los celos incendiarios, los deseos prohibidos de incesto o los socialmente condenados de homosexualidad. Dichos demonios interiores también son el miedo a enloquecer, a contraer una enfermedad grave, terminal o invalidante; se incluyen los miedos a ser abandonados por un ser querido, a caer en la ruina económica, a  cometer una locura (tirarnos por una ventana, embestir a un peatón, matar a un niño).

Ahora volvamos al deseo de eliminar el dinero porque parece diabólico.

Antes del dinero está el tiempo trabajado. El dinero es trabajo: no es otra cosa. Tiempo ocupado en producir.

Como ya habrá adivinado, mi hipótesis consiste en pensar que los demonios interiores se desatan, atacan y molestan cuando no estamos entretenidos, ocupados, atentos a alguna tarea. Es el aburrimiento lo que habilita la esclavitud a los horrores diabólicos, no el dinero.

Mientras estamos ocupados (produciendo dinero), los demonios no molestan. Por este motivo muchas personas no quieren tomarse vacaciones: temen enloquecer.

El consumismo y la avaricia no son enfermedades en sí mismas, son un recurso utilizado por quienes no se animan a estar solos consigo mismos. Quienes conviven pacíficamente con sus pensamientos, pueden ser haraganes, ascetas, ermitaños, austeros, sobrios, frugales, nunca ahorrativos, nunca avaros ni consumistas.

(Este es el Artículo Nº 2.111)