viernes, 5 de octubre de 2012

Cuando los deseos incestuosos empobrecen



   
La prohibición del incesto puede generar pobreza personal cuando solo se encaran emprendimientos tan imposibles como satisfacer deseos incestuosos.

Aunque el cerebro conozca que una perla es una esfera nacarada que se forma dentro de la caparazón de algunos moluscos, cuando oye la expresión «las perlas del rocío», no se detiene a pensar en las esferas nacaradas que habitualmente embellecen algunas joyas, sino que entiende que se trata de una comparación y que las costosas formaciones no pueblan por miles la pradera llena de rocío.

Este fenómeno mental no ocurre solamente en textos poéticos sino que funcionan mucho más a menudo.

Voy al fondo del asunto: la prohibición del incesto es una norma social muy conmovedora porque inhibe dolorosamente los deseos sexuales que circulan dentro de la familia.

Metafóricamente, esta prohibición aparece cuando queremos satisfacer deseos que están fuera de nuestro alcance. Pondré un ejemplo:

Varias veces he mencionado que en nuestra especie es la mujer la que desea tener hijos con ciertos varones de su entorno y no con otros (1).

Si una mujer tiene la mala suerte de que uno de esos pocos varones sea su papá, como difícilmente pueda explicitar sus pensamientos («quiero tener un hijo con mi padre») y dado que la prohibición del incesto funciona como un tabú, es decir que muy seguramente no se lo confiese ni a sí misma, es probable que:

— Tenga una pésima relación con su papá porque los impulsos inconsciente a seducirlo sean difícilmente controlables y el enojo sistemático podría ser una manera de alejarse de él;

— Haga múltiples intentos de vincularse con otros hombres para sacarse de la cabeza a su único amor (su papá), con lo cual su vida afectiva, familiar y económica seguramente serán caóticas, con una permanente tendencia a insolventarse (empobrecer).

En suma: lo imposible es costosísimo.

         
(Este es el Artículo Nº 1.685)

La mujer y el complejo de Edipo



   
El complejo de Edipo ocurre en las familias donde alguna mujer se siente atraída por algún varón consanguíneo.

Uno de los conceptos psicoanalíticos más conocidos es el complejo de Edipo.

Para ponernos de acuerdo, me estoy refiriendo a esos deseos sexuales que existen entre los integrantes de una familia y que ponen en riesgo la prohibición del incesto.

Ahora paso a comentar un pequeño detalle de esta idea que para algunos puede ser interesante y bastante original porque tiene que ver con otras hipótesis que he planteado en estos artículos.

Según estas ideas, entre los humanos también es la mujer la que activa el deseo sexual de unos pocos varones cuando hormonalmente está dispuesta a gestar.

Dicho de otro modo: según he planteado en otros artículos (1), así como son las hembras de los mamíferos las que entran en celo, desencadenando el impulso copulatorio en los machos cercanos, la mujer es la única generadora del deseo sexual en algunos varones cercanos. A las mujeres solo les interesan aquellos hombres cuya dotación genética sea la más adecuada para combinarse con la propia.

En suma: parto de la suposición de que las mujeres solo procuran ser fecundadas por unos pocos hombres, determinados porque su instinto intuye cuáles poseen la mejor dotación genética, para que, entre ambos, gesten los hijos más sanos. Esto explica por qué las mujeres gustan de ciertos varones y de otros no.

Retomando el tema del complejo de Edipo, les propongo pensar que en una familia también son la madre y las hijas las que pueden o no encontrar en los varones del hogar a esa persona que les fecundaría los mejores ejemplares.

Si dentro del hogar, ni el padre ni los hijos son seleccionados instintivamente por la madre o las hijas, el complejo de Edipo será casi inexistente.

         
(Este es el Artículo Nº 1.699)

La desnudez placentera y la falta de dinero



   
La carencia de dinero (pobreza) resulta atractiva y placentera para quienes «estar pelados» (sin dinero) equivale a «estar desnudos».

«Como Dios lo trajo al mundo» ... es un sinónimo de desnudo pero también de cualquier otra característica del recién nacido que difícilmente encontremos en la adultez, por ejemplo, «sin dinero».

La desnudez es un placer generalmente prohibido porque nuestra cultura nos obliga a estar cubiertos de ropa, inclusive en nuestro hogar, fundamentalmente porque la proximidad a un cuerpo desnudo estimula el deseo sexual y tenemos sabido que está prohibido el incesto.

Está permitida la casi total desnudez en las playas y en algunos parques. Para la desnudez completa solo falta destapar los pezones y el vello púbico... si no fue depilado (pelado).

Son objeto de cobertura (vestimenta) obligatoria, los órganos genitales masculinos y los pezones femeninos, porque la vulva es de por sí muy poco visible hasta para su dueña.

La desnudez es placentera y por serlo genera vergüenza. La timidez se estimula cuando imaginamos que otro se entera de que estamos disfrutando o deseando disfrutar.

No sé si existen estadísticas confiables, pero lo cierto es que a muchas personas les gusta pasearse desnudas por su casa cuando los demás habitantes no están.

Podríamos suponer que el desnudista goza imaginando las miradas libidinosas que recibiría de quienes él desea eróticamente.

Antes mencioné la palabra «pelado» para referirme al vello púbico depilado. Esto fue así para retomar el inicio de este artículo.

La palabra «pelado» tiene varias acepciones (1). Al leerlas nos encontramos con que aluden a «desnudez», «vergüenza», «pobreza», «prostitución», por lo que podemos pensar que estos cuatro conceptos están vinculados lingüística y psicológicamente entre sí.

En suma: Puede ser atractiva para muchos la desnudez que connota estar «pelados», para lo cual es preciso estar «pelados», sin dinero, pobres.


(Este es el Artículo Nº 1.677)

Lo prohibitivo



   
Podría decirse que los bienes y servicios ‘prohibitivos’ no son molestos para todo el mundo.

En la Biblia, en el libro del Génesis (Gen 2, 16-17), encontramos la primera prohibición. Dios le dijo al hombre: “Come si quieres del fruto de todos los árboles del paraíso: Mas el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas: porque en cualquier día que comieras de él, infaliblemente morirás.

Según el Diccionario combinatorio del español contemporáneo dirigido por Ignacio Bosque, la palabra «prohibitivo» se la encuentra asociada con los siguientes vocablos: cantidad, cifra, coste, gasto, nivel, precio, suma.

Ejemplos: «El precio del alquiler es ‘prohibitivo’»; «Ciertas necesidades están en un nivel ‘prohibitivo’»; «Podremos casarnos cuando el coste de vida deje de ser ‘prohibitivo’ para nuestros ingresos».

Se le atribuye al escritor español Camilo José Cela (1916-2002): “Prohibir por prohibir es más cómodo que eficaz y también más arbitrario que inteligente.

Me animaría a decir que las prohibiciones son un condimento social. Ellas nos alteran la convivencia interponiéndole obstáculos a la libertad.

Si observamos lo que realmente ocurre, tendríamos que concluir que ni las prohibiciones son tan antipáticas ni la libertad es tan deseada.

En este blog he comentado muchas veces la más grande de las prohibiciones: la prohibición del incesto, esa que nos impide de forma totalmente silenciosa, discreta pero fortísima, tener relaciones sexuales con nuestros familiares.

Tanto la moderada molestia que nos provocan las prohibiciones, como la moderada satisfacción que sentimos con la libertad, como la relativa comodidad como sobrellevamos la prohibición del incesto, nos llevan a pensar que los precios ‘prohibitivos’ quizás no sean universalmente molestos como se piensa.

Si aceptáramos esto, también podríamos decir que evitar tener mucho dinero nos aumenta la cantidad de bienes y servicios que nos resultan ‘prohibitivos’.

(Este es el Artículo Nº 1.675)

La gravedad de una infidelidad



   
Un cónyuge que desea ser infiel, evalúa la gravedad de la acción de forma mucho menos grave que el otro.

Una frase que diga: «La unión monogámica es un acuerdo colaborativo aunque de perjuicio mutuo», probablemente haría pensar que contiene ideas eruditas, densas, profundas.

En realidad no es más que una idea sencilla redactada de forma rebuscada.

Trataré de simplificarla para quitarle esa oscuridad que dificulta entendernos usted y yo.

«...es un acuerdo colaborativo», porque esencialmente nos juntamos para ayudarnos, para gestar hijos, para complementarnos en las variadas tareas que requiere mantener una familia: limpiar, reparar, cocinar, conseguir recursos económicos para comprar insumos alimenticios, combustibles, cubrir los costos de alojamiento, y todo lo que habitualmente hacemos en un hogar.

«...aunque de perjuicio mutuo», pretende describir todo aquello que disfrutábamos cuando éramos solteros, estudiantes, huéspedes en la casa paterna.

Esta promesa de abstención es muy dura, difícil de sobrellevar, especialmente porque en lo más profundo del corazón anida una idea muy fuerte: «quiero satisfacerme pero no soportaría que mi cónyuge también lo hiciera».

El punto más complicado refiere a la primera parte de la frase: «La unión monogámica...».

Cada integrante de la pareja puede desear tener relaciones extraconyugales y se da cuenta que eso no perjudicaría objetivamente al otro.

Si alguno de los dos planteara esa posibilidad, casi seguramente encontraría una férrea oposición. Es bastante realista entonces que aquel integrante de la familia que decida tomar la iniciativa, tenga que mentir, engañar, traicionar, siempre en la convicción de que no está haciéndole daño al otro y que un planteamiento explícito contaría con un categórico «¡no, ni se te ocurra!»

Aunque estamos hablando de palabras terribles como son mentir, engañar, traicionar, cada cónyuge infiel se sentiría honesto, casto, inocente, pensando «Solo sufriría enterándose y ¿qué tiene de malo si la/lo sigo amando?»

(Este es el Artículo Nº 1.693)