martes, 24 de julio de 2012

La pobreza patológica como autocastigo



La «pobreza patológica» podría constituir una forma de auto-agresividad provocada por la frustración de quienes desearían recuperar la etapa intrauterina.

Una lectora, que firma «Elena», ha hecho un comentario (1) que utilizo como referencia para este artículo.

Generalmente se dice que por «vínculo incestuoso» debe entenderse el vínculo sexual entre personas consanguíneas: padre con hija, entre hermanos, madre con hijo.

Sin embargo, he oído que algunos autores (no sé quiénes son) sostendrían que el único «vínculo incestuoso» es el que ocurre cuando el varón penetra vaginalmente a la madre.

¿Qué fundamentos existirían para restringir el concepto «vínculo incestuoso» al que ocurra entre una madre y su hijo varón?

Una explicación posible sería que por incesto deba entenderse el anhelo de volver al útero materno para recobrar de esa forma un bienestar nunca superado y que el inconsciente recuerda de la vida intrauterina.

Por este motivo los varones reintentarían en cada acto sexual volver al útero para recobrar aquel bienestar nunca superado y sólo cuando este intento se realizara con la madre biológica, correspondería hablar de «vínculo incestuoso».

Reconozco que me cuesta aceptar esta hipótesis porque conservo la creencia en que el vínculo incestuoso debería incluir el deseo femenino de copular con familiares, pero también asumo que estoy afectado por la proverbial dificultad humana para entendernos.

Una de las ideas que propone la mencionada lectora que firma «Elena», es que la «pobreza patológica» podría estar provocada por un intento de autocastigo  ante la imposibilidad material de volver a la vida intrauterina; la «bronca, dolor, rebeldía» provocadas por tan grande frustración inducirían a algunas personas a privarse del bienestar extrauterino, sin descartar que esos mismos sentimientos, derivados de la frustración, estimulen también reacciones antisociales que conduzcan a la delincuencia y a sus inevitables castigos que se sumarían a los auto-infligidos ya mencionados.

(1) Comentario de «Elena» en La causa más profunda de la delincuencia agregado el día 18 de julio de 2012.

(Este es el Artículo Nº 1.616)

La irracionalidad nos llena de miedos



La prohibición de incesto, impuesta sin ninguna explicación, nos convence de que nuestra espontaneidad es siempre equivocada, peligrosa, inadecuada.

A veces envidiamos a los niños por su vida distendida, o a los jóvenes por su entusiasmo, energía y ganas de divertirse, a los adultos muy jóvenes porque transitan la edad en la que se casan, forman una familia, tienen hijos, están llenos de proyectos.

Para hacerla breve: muy a menudo decimos «todo tiempo pasado fue mejor».

Sabemos que no es así: los niños padecen la falta de poder, la obligación de estudiar temas absurdos, tienen que abstenerse de matar al hermano menor.

Los adolescentes no saben qué quieren, repentinamente tienen ganas de llorar, se siente incomprendidos, querrían cambiar el mundo y casi nadie los escucha.

A los adultos jóvenes no les alcanza el dinero, no tienen ni la menor idea de cómo criar el primer hijo, para el segundo están más duchos y del tercero en adelante, se crían entre los mismos hermanos. Es la época en que tienen más necesidades, más deseos, más obligaciones y, comparativamente, menos dinero.

Por lo tanto: todo tiempo pasado fue más o menos como el presente, solo que hemos olvidado los detalles más desagradables.

Hay un tipo de inseguridad que agrava todas estas vicisitudes de los más jóvenes y también de algunos adultos y ancianos: me refiero a la inseguridad que nos paraliza por no saber cómo actuar con los demás, qué decir en cada ocasión, cómo tratar a cada persona para que no se ofenda o se forme una mala imagen de nosotros.

La causa número uno de tantas dudas sociales es la prohibición del incesto y su falta de fundamentación, clara, concisa, pedagógica.

Tanta arbitrariedad irracional (prohibición sin explicación) nos hace dudar de nuestra espontaneidad, de nuestras intenciones. Nos llena de miedos.

(Este es el Artículo Nº 1.627)

Del dinero y del incesto, no se habla



Nuestra cultura no incluye una buena formación, ni hogareña ni escolar, en sexualidad y en el uso del dinero.

La vida en familia parece muy normal, muy simple, natural, pero esta sensación no hace más que complicarnos afectivamente.

Si por el contrario, todos estuviéramos de acuerdo que es más fácil convivir con los compañeros de trabajo, con los compañeros de estudio o con los amigos del club social, la vida familiar no sería tan perturbadora, pues ya tendríamos asumido que vivir bajo un mismo techo, con un tipo de confianza superior al que tenemos en otros ámbitos, donde la vestimenta y las actitudes son tan íntimas pero donde simultáneamente rige la fantasmal prohibición de vincularnos sexualmente (prohibición del incesto), eso sí que es difícil de sobrellevar... con el agravante de que cada uno cree ser el único que padece esa mortificación.

Lo repito con otras palabras: la convivencia en familia es difícil pero cada uno cree ser el único que padece esa dificultad.

Esta sensación de exclusividad ocurre porque de estas sensaciones no se habla. Dentro del hogar existen prohibiciones severas y ominosas (abominables, de mal agüero, execrables).

Son prohibiciones que resultan abrumadoras porque están asociadas a deseos sexuales muy intensos y son abominables porque no puede hablarse de ellas y, peor aún, nadie explica porqué existe tal prohibición. Parecería ser que todo el mundo tiene que «nacer sabiéndolo» y que la ignorancia del por qué, revela una anormalidad mental o moral, grave.

En este contexto se encuentran explicaciones de por qué los hijos no reciben de sus padres algún tipo de asesoramiento práctico de cómo manejar el dinero.

Observemos que ni en el hogar ni en la escuela está previsto que los niños reciban una clara, explícita y profunda formación sobre sexualidad y sobre el uso del dinero.

(Este es el Artículo Nº 1.603)

La subversión de los sexos



Que las mujeres sean las más importantes en la conservación de la especie pero las menos poderosas, es contradictorio, problemático.

Por varios motivos creo que los humanos somos al revés de lo que pensamos o, lo que es igual, nuestro pensamiento nos entiende al revés, como si nos miráramos en un espejo donde la izquierda se nos muestra del lado derecho.

Ya he mencionado que la prohibición del incesto, si bien es una norma que afecta directamente nuestra función sexual, inhibiéndola, lo que en realidad logra es estimularla (1). En otras palabras, si no existiera esta prohibición, la conservación de la especie se vería en serios problemas porque sería muy escaso el deseo sexual de los humanos.

Otro sinsentido es que las mujeres, si bien poseen la función más importante para la conservación de la especie (2), están culturalmente relegadas a un segundo plano, siendo los varones quienes hacemos y deshacemos en la administración de nuestros bienes y normas de convivencia.

Si esto lo tuviera que juzgar alguien de otro planeta, no podría entenderlo: nos organizamos en base a un patriarcado cuando los fenómenos más importantes de la conservación de la especie están a cargo del sexo femenino: ¡Insólito!

Estas dos ideas están puestas una a continuación de la otra porque tienen una relación significativa. Podemos pensar que así como una prohibición de la sexualidad (prohibición del incesto) es estimulante, relegar a un segundo plano al sexo más importante también puede aportarnos (por ese extraño espíritu de contradicción que tenemos los humanos) la mejor forma de convivencia.

Claro que, así como una mala resolución del Edipo es la principal causa de nuestra angustia existencial, esta jerarquización subversiva (puesta al revés) de nuestros sexos también es la causa principal de tantas relaciones de pareja difíciles, angustiantes, perturbadas y perturbadoras, demasiadas veces ¡imposibles!

Nota: La imagen corresponde a Pratibha Devisingh Patil, primera presidenta de India.
         
(Este es el Artículo Nº 1.619)

Cremación e incesto



Inconscientemente, la última voluntad de ser cremados al morir, implica transgredir la prohibición del incesto.

La muerte está vinculada a los temas económicos de varias formas, por ejemplo, por la herencia de los bienes y por los costos del velatorio y sepelio.

Los aspectos económicos de nuestra vida son mejor comprendidos que los aspectos psicoanalíticos.

Aunque es cierto que existe una especie de pudor respecto a los asuntos de dinero, también es cierto que existe una especie de incapacidad para entender la psicología profunda. De hecho es «profunda» precisamente porque estudia lo que está escondido, inaccesible, olvidado, rechazado, prohibido, reprimido.

Uno de esos temas molestos refiere a la muerte.

Según datos seguramente inseguros, crece la moda de ordenar la incineración o cremación de nuestro cuerpo al morir. Confío en que usted podrá confiar en lo que sabe según su propia experiencia, por lo que lee, le cuentan o ha pensado.

Listaré algunos motivos por los que esta práctica gana adeptos día a día.

Como digo más arriba, el argumento-pantalla es el económico pues podemos pensarlo y compartirlo socialmente sin avergonzarnos, mostrándonos racionales y hasta temerarios por hablar de nuestra propia muerte con una escalofriante indiferencia.

De más está decir que el aumento de la población cadavérica es eterno, porque los muertos no se renuevan sino que se acumulan. La ocupación de territorio para los cementerios tiene un límite y cada vez es más caro el enterramiento dada esta progresiva escasez de locaciones.

Me salteo algunos motivos psicoanalíticos (claustrofobia de la tumba, corrupción antiestética del cuerpo, purificar «la carne pecadora» mediante el fuego, cumplir la sentencia bíblica de que «…al polvo [cenizas] volveremos»), para comentar que nuestra última voluntad es transgredir la prohibición del incesto al pedir que nuestras cenizas (polvo) se esparzan (se eche) en la (madre) Tierra.

(Este es el Artículo Nº 1.617)